“-¿Estás seguro?
-Sí.”
Con estas palabras como epitafio, la raza humana desapareció.
No es difícil comprobar cómo el destino del hombre estaba ya escrito mucho antes de su nacimiento: la información genética almacenada en el ADN le otorgaba una predisposición a la vida en sociedad, base para el desarrollo y la supervivencia de una especie.
El hecho de que miembros individuales se especializasen en pos de un bien común, supeditándolo al bien individual, suponía una mayor estabilidad para la especie, pero requería una gran capacidad de comunicación entre las distintas partes.
Con esta premisa, la sociedad humana fue avanzando, conquistando el mundo a su paso por la historia e hilando redes de comunicación en su avance inexorable por el tiempo y el espacio.
Finalmente, no existió ningún enemigo que estuviese a su la altura, convirtiéndose a sí mismo en su único oponente.
Una sociedad cada vez más globalizada aumentaba el riesgo de autodestruirse, como si el propio ente supiese que no debe continuar existiendo. Pero la suerte hacía milenios que ya estaba echada.
Numerosas guerras y enfermedades expusieron al hombre al borde de la extinción sin conseguirlo. Con cada intento, se fortalecía, y pronto llegó un momento en que la fuerza del hombre, extrapolada a la solidez de la estructura social, resultó simplemente indestructible.
Siguiendo con obstinada resolución la máxima “la unión hace la fuerza”, los ingenieros de la información, guiados por la mano invisible de la genética, buscaron medios para superar los impedimentos espaciales que suponía la comunicación a nivel global, llegando así tras numerosos avances técnicos y cambios generacionales, a desarrollar la primera versión de una red de comunicaciones basada en el uso compartido de la información, hospedada en un medio no físico, sino virtual, y con capacidad ilimitada de almacenamiento datos.
Con este gran avance cada individuo tenía la opción de elegir el campo en el que desarrollar su potencial, independientemente de los aspectos físicos o sociológicos que le fuesen impuestos, otorgando a las futuras generaciones la obligación de perfeccionar el universo virtual que tanto fortalecía a la especie en su conjunto.
Se sucedieron así numerosas transformaciones en la estructura de la red íntimamente ligadas a los avances en biotecnologías e implantes neuronales:
no se sabe cuál de las dos partes respondía a las necesidades de la otra, pero lo que sí se sabe es que el hombre, por primera vez en su historia, tenía los medios para evitar la muerte cerebral, y así eludir su final hasta un día cercano al fin del universo.
Mediante la combinación de las tecnologías de lectura neurosinápticas y los implantes cerebrales de conexión en red que servían de accesorio para el uso profesional de la cuarta versión de la red virtual global, el usuario podía extraer directamente su código electroneuronal y volcarlo en la red de información sin necesidad de utilizar los programas de lectura de datos que codificaban los pensamientos en algoritmos útiles para el manejo de los programas de navegación virtual;
En otras palabras, el hombre no solo había conseguido separar cuerpo y mente, sino que además, liberada de la prisión de la capacidad cerebral, la mente tenía acceso a cualquier tipo de información que pudiese desear, perfectamente ordenada y organizada, y con una velocidad de procesamiento seiscientas mil veces mayor que la velocidad de sinapsis interneuronal.
Cada usuario podía reestructurarla individualmente conforme a sus preferencias, estableciendo así con la información almacenada las mismas relaciones que establecería su cerebro con las experiencias adquiridas a lo largo de la vida.
Sobrevivir poco a poco fue perdiendo su significado, y el concepto de aprender se redujo hasta no ser más que una definición de un pasado obsoleto.
Apenas dos siglos después del primer W (volcado en virtual) el 90% de la población mundial se sumergía habitualmente en el océano de información, y prácticamente un 80% de las consciencias a punto de morir eran salvadas y liberadas posteriormente en el complejo maremágnum de datos.
Como era de esperar, surgieron innumerables grupos religiosos en defensa de la ley natural, acusando al W del encarcelamiento del alma tras la muerte y de ser más una condena que una liberación.
Como idea basada en el antagonismo de otra anterior, los devotos de estas religiones no podían, entre otras cosas, introducirse en el mundo virtual (“si no quieres que la gente caiga en la tentación, asegúrate de alejar la tentación de sus manos”), lo cual llevó a la ignorancia y la endogamia, y poco a poco sucumbieron a la voluntad oculta de la genética, quedando al final pequeños grupos de varios cientos de personas en el centro de latifundios inmensos que antes servían de sustrato para las grandes ciudades a las que servían su producción.
Al hombre le quedaba un suspiro, un último aliento con el que susurrar “me rindo” a la inmensidad del tiempo.
Cada mente superviviente al cuerpo se mezclaba progresivamente con la red, desapareciendo en un virtual elemento donde el tiempo carecía de valor, y donde la masividad de personas partícipes aumentaba la complejidad de las relaciones de información.
El último párrafo de la historia de la humanidad se escribiría en silencio, recogiendo curiosos “fallos” del imparcial universo, que nada tenían de casuales, y que nada podían ocultar para los conocedores de psicología: de la homogénea mezcla de conciencias surgió un ser vivo, en esencia pero no en definición, que asimiló poco a poco a cerca de cuarenta billones de usuarios, fundiéndose en un solo ser.
Fue así como la humanidad trascendió.
Toda la especie humana, aunada en una sola conciencia que obraba con todos los conocimientos adquiridos como cultura, y todos los recuerdos aplicados como experiencia. La esencia del hombre en todo su esplendor. Ni el tiempo ni la materia suponían ya más que necesidad de puntuales recambios.
Soy el último hombre, y este es mi legado.
“-Dejo el futuro en tus manos. Gracias por todo. Ahora, quiero desaparecer.
-¿Estás seguro? –Preguntó el altavoz.
-Sí. –Respondió esbozando una sonrisa.”
Y se hizo el silencio.