Peter Deviret era un científico, considerado por todos, loco, que pasaba la mayor parte del día encerrado en su laboratorio inventando grandes inventos que, normalmente, eran plagios de otros científicos, pero él decía que eran exclusivamente suyos y que los otros científicos eran los que le plagiaban por sus novedosos inventos. Un día, Deviret se encerró en su laboratorio, con su bata blanca y no salió en el resto del día. Tanta era la preocupación de los científicos, que pasadas cuarenta y ocho horas, hicieron todo lo posible por sacarle de allí, pero aquello resultó nefasto. En el momento en que le daban por fallecido, e iban a llamar a la policía, se abrió la puerta del laboratorio, y entre humo, salió Deviret con los pelos chamuscados y su bata cubierta de grasa. Detrás de él solamente se observaban piezas rotas y mucho humo. Los científicos le preguntaron que había sucedido y Deviret avergonzado les respondió que no había conseguido inventar lo que quería, pero que más tarde se volvería a poner manos a la obra para intentarlo. Todos los científicos allí presentes se rieron de él pensando que no sería capaz de inventar lo que él quería, pero estaban muy equivocados. A la mañana siguiente Deviret se volvió a encerrar en su laboratorio con el fin de salir de allí con su nuevo invento. Tras estar un día completo allí dentro, se decidió a salir con su gran invento. Todos los científicos esperaban ansiosos ver el invento, ya que decían que Deviret no valía para ser científico y que nunca lograría inventar algo por sí solo. La puerta de abrió y apareció Deviret muy cansado. Tras él le seguían tres robots. Los científicos se quedaron sorprendidos al ver lo que había inventado. Pero había algo en aquellos robots que resultaba un tanto extraño. Aquellos robots estaban hechos con piel de persona. Deviret se sentía orgullosísimo de haber creado algo tan original nunca antes visto. Los nombres de los robots eran: Nager, Shiva y Resyn. Deviret los diseñó exclusivamente para recibir órdenes porque solo le quedaban unos pocos años de vida ya que era muy viejo. Pasados unos días se dio cuenta de que no les había añadido un sistema para que pudiesen hablar, asique se volvió a encerrar en el laboratorio, y cuando salió, los tres robots hablaban perfectamente. Poco tiempo después ya no se oía hablar de Deviret. Una mañana, uno de los científicos más jóvenes, Arthur, fue a visitarle a su laboratorio con la mala suerte de encontrarse a Deviret tendido en el suelo con las tripas fueras, rodeados por los tres robots. Arthur corrió a avisar a los demás, pero ya era tarde, los crímenes ya habían comenzado.
Era una gruta pequeña, pero lo suficientemente espaciosa como para que aquel chaval de veintiún años hubiera pasado nada más y nada menos que tres lustros de su corta vida.
Cuando Juan sólo contaba con seis años de edad fue encerrado en este agujero que se hace llamar cueva; la caverna, de unos diez metros cuadrados estaba provista de algunos elementos indispensables para vivir, apenas eran cuatro, un desgastado colchón hecho de la lana que le fue privada a una oveja muchos años atrás; una carcomida mesa de madera de roble; una caja de cervezas que hacía de silla, y un oscuro, pequeño y profundo tubo que se internaba hasta las profundidades de la tierra y que hacía el papel de una letrina.
El alimento se le suministraba una sola vez al día por una pequeña trampilla, localizada en la parte superior de la cavidad que desde hacía quince años era su hogar. El momento en que la trampilla se abría para llegar la escasa comida que le servía de sustento, era la única vez que un ligero resplandor procedente de alguna fuente artificial de iluminación, bañaba la estancia. La mayor parte del tiempo, Juan lo pasaba recostado en la cama, con la mente en blanco, y que no había ningún tema que pudiera ocupar sus pensamientos, esto era fruto de su solitaria, oscura y húmeda vida. Él no recordaba nada más en su triste existencia que ese lugar.
Hacía tres días que Juan no recibía alimento alguno, cuando decidió intentar algo que nunca antes se le había pasado por la cabeza, con ayuda de la vieja mesa de roble se alzó hasta la trampilla, tras varias horas de golpes, la trampilla cedió, no se lo pensó dos veces y se introdujo por ella, atravesó una gran galería, que aunque estaba oscura no representó ningún problema para Juan, sus ojos estaban acostumbrados a la oscuridad después de esos quince años de reclusión. Comenzó a vislumbrar una luz que le cegaba los ojos, entonces comprendió, era libre. Anduvo desorientado durante varios kilómetros, ya que la luz le lastimaba los globos oculares. Oyó el ruido de un motor, aunque él no supo diferenciarlo, el conductor del vehículo estacionó a su lado. Les resultó realmente difícil entablar una conversación ya que Juan llevaba muchos años sin escuchar la voz de un ser humano. Se entendieron a duras penas, y el extrañado conductor decidió llevarlo a la ciudad.
Cuando Juan subió al coche, su acompañante extrajo un aparato de la guantera, lo manipuló y se lo pegó a la oreja. Juan todavía estaba sumido en una nube de confusión, cuando el conductor del vehículo, empezó a hablar al artefacto. Una sensación de temor y curiosidad le inundó, cuando de pronto otro instrumento colocado encima del salpicadero comenzó a “gritar”, le estaba dando indicaciones. Entre tanta confusión Juan se desmayó. Lo primero que vio Juan al despertar fue una sala, una habitación blanca, sin ventanas, sólo había una pequeña puerta de hierro y estaba cerrada. Fue en ese preciso instante cuando Juan se sintió como en casa, aislado y encerrado pero feliz, hasta que de pronto advirtió la presencia de dos cámaras de seguridad, que por supuesto no supo identificar. La puerta se abrió de repente, apareciendo dos personas uniformadas, ambas varones. El más alto y delgado le hizo un gesto para que les acompañara, Juan les siguió por un largo pasillo hasta que llegaron a una estancia donde lo sentaron enfrente de una mesa, allí una mujer tecleaba sobre unos de los muchos aparatos que Juan había descubierto en ese mismo día. La mujer se le quedó mirando fijamente, casi con desprecio. Después de dos minutos le invitaron a pasar a otra sala, esta última estaba repleta de pantallas, en todas ellas se veía reflejado, Juan empezó a sentir una opresión en el pecho, comenzó a sentirse mal. ¿dónde estaba?¿qué eran todos aquellos aparatos que él nunca había visto y nunca había necesitado?, esta sensación se estaba apoderando de él, había una gran diferencia entre el mundo real y el único mundo que había conocido o podía recordar hasta ese momento, el mundo en el que había vivido Juan todos estos años le producía seguridad, aquello a lo que se enfrentaba le daba pánico. Esa era la diferencia, el gran avance tecnológico, eso era lo que asustaba a Juan, ya que nunca antes había salido de la oscuridad de su caverna. Esa sensación ahogaba a Juan, ya no podía aguantar más en ese mundo tan desconocido para él, personas hablando a máquinas, pantallas reflejando multitud de imágenes. Todo esto se agolpaba en su cabeza, estaba a punto de estallar, Juan quería huir, entonces hizo lo único que podía hacer: correr.
-Sofía, acércate a la alacena a por conservas.-dijo madame Bomcarter.
-Por supuesto, madre.-respondió Sofía.
De camino a la alacena Sofía veía como todo estaba diferente a lo normal, oía golpes secos y muchas voces. Al llegar a la alacena, la puerta se cerró de golpe. Sofía comenzó a gritar y a asustarse. Todo empezó a moverse, las paredes se volvieron grises y comenzaron a brotar luces y botones de ellas. Hubo un parón en seco y Sofía se tuvo que apoyar a la pared, esta se abrió tirando a Sofía al suelo. La muchacha cayó sobre un frío suelo de mármol, en el que solo veía pies andando de un lado otro. Cuando se recompuso del golpe, alzó la vista hacia arriba y tenía a cinco personas mirándola atónitos. Preguntó donde se encontraba, aunque todos pasaron de largo menos un chico rubio que la ayudo a levantarse.
-He visto muchas cosas en mi vida, pero esto es lo más raro.-dijo el muchacho.
-Es de mala educación no presentarse ante una dama.-replicó Sofía.
-Perdóneme usted alteza.-Dijo haciendo una reverencia-Me llamo Cory Wright, ¿con quien tengo el placer de hablar?-dijo con tono vacilón.
-No estoy para bromas, soy Sofía Bomcarter de Inglaterra, mi madre espera y yo estoy perdiendo el tiempo con un plebeyo.-gritó Sofía amenazante.
-Podemos arreglarlo con un café.-le ofreció Cory con una sonrisa.
-Está bien, pero rápido.-accedió Sofía tomando su mano.
Mientras iban caminando por ese lugar, Sofía vió aparatos que eran nuevos para ella. Tomaron asiento y comenzaron a charlar.
-¿Dónde estoy?-preguntó Sofía.
-Me extraña que no lo conozcas, pero con esas pintas me espero todo. Estas en la sede de una de las grandes empresas más importantes del mundo.-respondió Cory.
-Es imposible, hace escasos minutos me encontraba en la alacena de mi casa, y ahora estoy tomando un café con un desconocido en una empresa asombrosamente extraña.-dijo Sofía.
Cory se quedó pensando en el nombre de aquella chica, sabía que lo había visto en otra parte. Cogió su ordenador y escribió el nombre de Sofía en Google. Al parecer Sofía, era hija de unos grandes aristócratas del siglo XVII. Cory no se lo podía creer, tenía ante sus ojos a una aristócrata de hace cuatro siglos.
-Es increíble, eres Sofía Bomcarter. Hija de los grandes condes de Brampton.-dijo asombrado Cory.
-Eso es. ¿Y tu como lo sabes, si es la primera vez que conozco de tu existencia?-preguntó Sofía con curiosidad.
-Sofía, has viajado en el tiempo. Estas en pleno siglo XXI, era de las tecnologías y las comunicaciones.-le explicó Cory.
-¿En el siglo XXI? ¿Viajar en el tiempo? Imposible. ¿Cómo puede ser que haya viajado cuatro siglos después, desde mi alacena?-Sofía no se explicaba todo lo que estaba pasando.
-No tengo ni idea, solo sé que es una oportunidad única de conocer el futuro lejano que les espera a tus descendientes.-le dijo Cory.
-Eso suena maravilloso. ¿Me podrías enseñar todos esos aparatos que has utilizado antes?-le pidió Sofía, con una gran sonrisa.
-Por supuesto señorita.-asintió Cory.
Cory le enseñó a Sofía su ordenador, le explicó que con él se podían hacer millones de cosas útiles. Le mostró su teléfono móvil, y le dijo que servía para comunicarse con personas de hasta los lugares más remotos de todo el planeta. También le explicó qué era Internet, aunque Sofía no lo entendió del todo.
-Esto es verdaderamente fascinante. Nunca llegué a imaginarme lo que llegaría a ser el mundo en este siglo. Lo que más me gusta es que la gente de este tiempo pueda conocerme con tan solo, te..., ¡ah sí! Teclear mi nombre en el ordenador.-dijo Sofía asombrada
-¿Verdad que es fascinante? A mí me encanta todo esto, es mi vida. Era mi sueño desde niño, conocer los avances tecnológicos de mi época.-dijo Cory mirando a Sofía emocionado.
-Es una época maravillosa.-dijo Sofía.
-Pero aún no has visto todo. Acompáñame, te voy a enseñar cómo es la gente de esta época. Pero antes, te tendrás que cambiar de ropa, no puedes ir con un vestido del siglo XVII por las calles del Londres actual.-se rió Cory.
-La verdad es que no, me daría vergüenza que la gente me mirara con una mala cara.-continuó riéndose Sofía.
Cory le dio un uniforme de becaria, que había encontrado en un armario.
-Me siento muy extraña con estos ropajes tan minúsculos.-decía Sofía mientras se miraba en el espejo.
-Tranquila, así pasarás desapercibida. Ahora el peinado, yo creo que si te lo soltarás quedarías perfecta para este siglo.-dijo Cory.
-¿Soltarme el pelo? No estoy muy de acuerdo, pero si así la gente no me mira raro, acepto.-dijo Sofía riéndose.
Salieron de la cafetería y recorrieron todo el bloque de oficinas. La gente le preguntaba a Cory si Sofía era nueva en la empresa o si era su novia, ante esto último a Cory se le sonrojaban las mejillas.
-Cory, ¿puedo pedirte una cosa?-preguntó Sofía.
-Claro, ¿de qué se trata?-respondió Cory con una gran sonrisa.
-¿Nos podrían hacer un retrato a los dos juntos?-le pidió Sofía.
-Me encantaría. Sígueme.-dijo Cory ofreciéndole su mano.
Llegaron a un fotomatón. Cuando los dos estuvieron dentro, Sofía puso cara de disgusto al observar que el espacio era muy pequeño.
-¿De verdad que aquí nos harán un retrato? No me fío de estos trastos.-dijo Sofía intentando sentarse cómodamente.
-Claro que sí, tú tranquila.-dijo Cory.
Cuando se hicieron las fotos, Sofía se dio cuenta de que llevaba más de medio día lejos de su época, por lo que llegó la hora de la despedida. Se dirigieron hacia el ascensor.
-Cory, ha sido un gran placer conocerte. Y muchísimas gracias por hacerme pasar uno de los mejores días de mi vida, nunca lo olvidaré.-dijo Sofía, cayéndosele una pequeña lágrima.
-El placer es mío. Nunca me había reído tanto con nadie, ni había conocido a nadie como tú. Muchas gracias a ti.-dijo Cory acercándose a Sofía para secarle la lágrima.
Todo paso muy rápido antes de que Sofía volviera. Fue un beso entre épocas lo que la hizo regresar.
El pitido del móvil haciendo de despertador empezó a retumbar en su cabeza a la vez que el mundo donde se encontraba se sumía en las tinieblas. Abrió los ojos, y tomando consciencia de la nueva situación, se incorporó sobre la cama para seguidamente levantarse y dar dos pasos hacía la mesa escritorio, sobre la cuál el móvil no cesaba de vibrar y sonar, programado para seguir en ese estado a la espera de que cierto botón fuese presionado.
Era Otoño, y con la persiana aún bajada, Carlos podía escuchar repitequear la lluvia contra las ventanas de la habitación, - tal como anunció el hombre del tiempo - pensó. Se dejó caer sobre la cama, recordando el sueño que había tenido. Le gustaba soñar que saltaba por la ventana de su habitación y flotaba hasta llegar al asfalto, siempre era de noche, y las únicas luces que existían eran las luces artificiales de los postes, de los coches que cruzaban las calles y las luces fluorescentes que parecían surgir del interior de los establecimientos. Pero en algún momento, doblando alguna calle conocida, aparecía una nueva zona del barrio como una ciudad futurista llena de luces de vivos colores, que nada tenía que ver con lo que ahí existía realmente.
Carlos estudiaba telecomunicaciones en la Universidad Politécnica de Madrid, y ya desde muy niño manifestaba una enorme curiosidad por la tecnología y más concretamente con la que estaba implicada en el movimiento de imágenes o sonidos de un lugar a otro. Quizás por eso en muchos de sus sueños aparecían algunas tecnologías que no existían en la actualidad.
- De alguna manera, intentando estimular mi curiosidad, mi mente en mis sueños crea las nuevas zonas futuristas inventando nuevas tecnologías -, pensó. En su último sueño, algunas de las calles de la nueva zona del barrio poseían pequeñas cabinas, similares en apariencia exterior a las cabinas telefónicas, pero en estas en vez de un teléfono te encontrabas con una pantalla, donde tenías a tu disposición cualquier información que quisieses obtener, como si estuvieran conectadas a Internet. De alguna manera sabía como se utilizaban siempre los nuevos artilugios que aparecían en sus sueños, si no ya se encargaría su mente de crear dentro del sueño alguna persona que le explicase el funcionamiento o los fundamentos de estas tecnologías futuristas, como en aquel sueño donde visitó un museo de robots donde alguien vestido con una bata blanca le iba mostrando los distintos "juguetes". En el caso de las cabinas, sabía que la búsqueda de la información que se quiere obtener se hace a través de voz, es decir, una vez pronunciado lo que se busca, la pantalla muestra dicha información en forma multimedia.
Recordaba haber entrado en una de estas cabinas en busca de un mapa para orientarse, y viendo que existía un centro comercial tres calles más arriba, decidió ir hacia allí a ver que se encontraba. Lo siguiente que recordaba era encontrarse paseando hacia su nuevo destino cuando algún tipo de pulsera que llevaba puesta vibró en su muñeca. Era una pulsera de emergencias, las utilizaba el Estado para comunicar algún tipo de noticia urgente a sus ciudadanos, pudiendo discriminar por distritos las zonas donde ha de llegar la noticia. De la pulsera se proyectó un holograma, y como si fuese un informativo de la tele, el holograma explicó que se estaba produciendo un atentado terrorista en el centro comercial, por lo tanto el atentado estaba teniendo lugar en el centro al que Carlos se dirigía.
De repente se dio cuenta de que estaba escuchando un pitido, parecido al pitido de un despertador, y sintió un miedo atroz cuando lo asoció al pitido de la cuenta atrás de un detonador... Fue entonces cuando alcanzó el estado de vigilia, y se dio cuenta de que el pitido que escuchaba en su sueño y que había asociado con detonadores era el despertador que le avisaba de que debía despertarse para ir a las clases.
- Realmente tengo unos sueños muy raros -, concluyó.
Andrés se sentó en el sillón reclinable, pequeñas manchas de sol se filtraban por la persiana iluminándole la cara; tomó la pastilla negra que había podido conseguir el día anterior en un callejón del barrio viejo y la empujó por su estrecha garganta con un generoso trago de agua fría. La misma tensión que le cerraba el esófago le hacía temblar las manos sudadas, y encontrar el chip en la base de su cabeza nunca fue tan difícil.
Hacía poco menos de un año que todas las tardes entraba en su habitación, se sentaba en el gran sillón de dentista, tomaba la pastilla roja y, sin ninguna dificultad, conectaba el cable magnético al chip de memoria que se había regalado a los 19 años trabajando en el barrio marítimo. Aún recordaba con repulsión la clientela de aquella mazmorra húmeda y oscura donde por poco más de diez euros la noche había estado trabajando. “Es necesario” se repetía siempre que cruzaba el parking que delimitaba la zona del puerto, “tengo que conectarme a la Dreamnet si quiero salir de esta mierda”. Su salud física y mental habían empeorado respirando el aire humeante y sumergiendo sus huesos en ese pozo húmedo donde la mayoría de los clientes eran prostitutas, mozos mal pagados y viejos pervertidos, incapaces de decidir si preferían la compañía de una de esas arrugadas señoritas o de un joven delgado y amarillento como él. Cuando tuvo el biochip, ni se acercó a saludar.
Siete días después de la operación pudo quitarse las vendas que protegían su nuca rasurada y explorar con las manos el invisible punto donde le habían instalado el chip; no advertía la presencia de un cuerpo extraño en su cabeza, ni siquiera al presionar con los dedos. Invisible y potente, tal como prometía el anuncio. Potente porque nada, ninguna realidad virtual ni juego de realidad extendida era comparable al “sueño compartido”. Potencia, rapidez, libertad. Te tomabas la pastilla para acelerar tus capacidades cerebrales y mantenerte dormido el tiempo necesario, y en unos pocos minutos de sueño, vivías horas en un mundo onírico compartido y pregenerado donde todos los deseos eran realidad y donde toda información era accesible con una rapidez inimaginable.
Dreamnet era la liberación de la esclavitud de la pantalla; liberación de las horas pasadas en una silla, en una habitación; libertad de la palabra escrita y del monopolio de la vista. Y libertad del dinero, como había descubierto Andrés al aceptar un trabajo de diseñador para la agencia Oniric-Touch, que se ocupaba de expandir constantemente el sueño compartido construyendo nuevos espacios comisionados por empresas del mundo real.
Cerró los ojos y cayó en el letargo super-productivo inducido por la pastilla ilegal que había comprado: necesitaba dormir más profundamente que nunca para cumplir su plan. Abrió los ojos y se tomó unos segundos para reconocer la interfaz: una habitación de un hotel de lujo con una enorme cama, sabanas perfumadas, una mesilla con teléfono y una mesa redonda al lado de una luminosa ventana. Cogió el papel que había dejado el día anterior en la mesa: “Nivel 3, 8503”, bloque ocho, piso cinco, oficina tres.
El hotel donde se hallaba su interfaz tenía puertas que conectaban con distintos puntos de la ciudad y eligió ir al barrio francés, lo más cerca posible del Club le Parisien. Efectivamente la puerta le dejó en una estación de transición junto a la fachada del club; con paso rápido llegó a la entrada y le dio al conserje la contraseña de acceso que había comprado a un traficante de información del Sector 26. Ignoró el lujo de los pasillos mientras buscaba la sala Noire. Abrió la puerta entrando en la habitación oscura llena de sillones de piel, casi todos ocupados. Al sentarse en uno de ellos cogió el cable que salía del módem y lo conectó a su nuca. Tomó la pastilla y cerró los ojos para pasar al nivel dos. El sueño en blanco y negro le dejó aturdido unos instantes, hasta que un agradable olor a café le recordó que ya estaba en el París de los años 20.
Salió de la habitación donde se había despertado y fue a su cita en la Rue Daru, 33. Encontró el restaurante, eternamente cerrado por reformas, y llamó a la puerta: una voz le contestó que estaba cerrado y Andrés pronunció la contraseña: “Pain perdu”. Entró en una sala polvorienta y el hombre le condujo por las escaleras que bajaban a lo que tenían que haber sido los baños. Encontró una habitación con seis boxes. Se sentó y repitió las operaciones de conexión.
Esta vez se despertó en un autobús, el mundo había cobrado de nuevo color. Mirando a su alrededor sólo veía prados. La autopista estaba vacía, tomaron una salida sin nombre y unos minutos después entraron en un recinto. Desde la colina veía un bosque y, entre los árboles, algunos edificios. Buscó el número ocho. Era la primera vez que conseguía bajar hasta el tercer nivel, y, como esperaba, no había demasiadas conexiones. Casi sentía miedo mientras subía las escaleras del edificio.
La puerta de la oficina 03 estaba abierta y tras el escritorio un anciano leía un libro cuyo título no pudo reconocer. Levantó la mirada hacia Andrés y le señaló un alto espejo. Andrés se acercó y vio su imagen reflejada: “¿Es esta la puerta?”, preguntó. El viejo asintió. Tocó la superficie de cristal dándose cuenta de que no era realmente un espejo, que lo que veía era otro Andrés al otro lado de la misma puerta. Cruzó el umbral y se fundió con sus recuerdos; buscó en su interior volviendo atrás en el espacio y el tiempo, hasta que, después de una vida, encontró sus recuerdos perdidos.
Vio la casa donde nació y, por primera vez, el rostro de sus padres. Cuando no hubo nada más que recordar, despertó en su sillón de dentista, se arrancó el cable de la cabeza y fue a buscar su pasado.
-Honky town era un ciudad en constante bullicio. Surgida a mediados del pasado siglo XXI, en poco tiempo se había convertido en el centro neurálgico de Donatelland. Se podría decir que toda la información del mundo era distribuida desde esta mastodóntica ciudad. Fue la primera ciudad en alcanzar una población de 50 millones de personas. La propia ciudad parecía crecer por inercia. No ansiaba extenderse a lo ancho, sino llegar al cielo. Llegar a lo más alto que le fuera posible. Ese deseo se veía reflejado en el progreso tecnológico de la ciudad y en sus cada vez más altos edificios.
El recién estrenado siglo XXII tenía una luz propia, Honky Town. El esplendor de otras urbes se veía eclipsado por todos los logros y avances que encabezaba esta ciudad. Parecía que su exuberante fuerza no fuera a menguar nunca.
Pero no me detendré esta vez en contar la historia de una ciudad que vivió por encima de sus posibilidades y acabó enterrándose en su propia miseria. Una ciudad que pasó de ser el faro de la humanidad a ser su vertedero. Hoy día nadie recuerda lo que allí se vivió. La gente ha querido olvidar los errores allí cometidos. ¿Para qué, si ya a nadie le importa?
Pero lo que hoy te quería enseñar es la historia de un antepasado que tuvo la (des)gracia de vivir en esta ciudad. Corría el año 2101, un año que había venido precedido por una etapa que aportó una serie de mejoras muy importantes en casi todos los campos de la vida. La cercanía del cambio de siglo promovió un estado de esperanza en la población que se demostró en todos esos avances que aún hoy conservamos. Avances que deberían hacernos la vida más fácil, ¿no?
Mi antepasado se llamaba Michael, un nombre bastante atípico en aquella época. Hoy día se ha dejado de utilizar, recuerda a la edad de los primeros ordenadores. Según me contó mi padre en repetidas ocasiones (a modo de aleccionamiento), este Michael malgastó su vida. La consumió sin hacer nada con ella. Era una persona brillante, que de hecho consiguió un trabajo en la empresa más importante de tecnología de la ciudad. No tardó mucho en subir puestos hasta codearse con los que en un tiempo habían sido sus jefes. Este Michael (nunca me he acostumbrado a llamarlo tatarabuelo) se casó joven, mientras empezaba a saborear las mieles del éxito laboral para aunarlas con las del éxito personal. Según sé, él y su mujer se quisieron mucho. Uno de esos romances que pocas personas llegaba a tener la suerte de vivir. De esa relación nació mi bisabuelo (otra larga historia que como te supondrás acabó por engendrar a la oveja negra de la familia, un servidor)
El caso es que ambos trabajaban codo con codo. Sentían como suya la máxima de Honky Town, el progreso. Daban todo por ver progresar a la ciudad que les ofrecía cobijo. Trabajo diario y en exceso. Pero ellos querían más. Tenían que mejorar su mundo. Avanzar. Superar el pasado, perfeccionarlo. Como podrás imaginarte, tanto trabajo acabaría en tragedia. ¿Si no para que te iba a recordar este historia? ¿A que sería gracioso que acabara aquí? ¿No te quedarías con las ganas de saber qué pasó?
-¿Me quieres enfadar?
-Vale, vale,…qué impaciente mujer. El caso es que Karina, la mujer de Michael, enfermó de sarchas, una enfermedad del pasado siglo ya erradicada que la obligó a permanecer en cama. No podía hacer nada por sí misma. Michael la acompañó en todo momento hasta su muerte. No se pudo hacer nada para evitarlo. Aquello pudo con él…lo destrozó por dentro. Dejó de existir. Mi bisabuelo tenía ya la edad suficiente para saber lo que eso suponía, y le supuso un duro golpe, del que tardó en reponerse. Su juventud fue un constante paseo por despachos de psicólogos. La peor parte fue para Michael, aunque siempre fingió estar bien. Seguía yendo al trabajo como antes, pero era solo un cuerpo vacío trabajando como un autómata. Era al llegar a casa cuando recuperaba ese vacío existencial que se había llevado Karina consigo.
Durante 5 años, hasta el día de su muerte, Michael pasaba noche tras noche charlando con Karina. Como programador informático, había recabado todos los datos que tenía de Karina para programar un robot con sus mismas características. Dicen los que lo trataron en vida que pasó a vivir solo para “su” Karina. Ni siquiera le dio importancia a su hijo. Se olvidó de todo. Con el tiempo dejó de ir al trabajo, pasando las 24 horas del día con ella. Nunca aceptó la muerte de Karina. Para él Karina seguía viva debajo de esos imperceptibles circuitos electrónicos.
Un día lo encontraron muerto en la calle. Estaba irreconocible. Gracias al ADN supieron que se trataba de él. Se había lanzado desde su piso, una planta 27 de uno de los tantísimos rascacielos de la ciudad. Encontraron a Karina en el piso, mirando al horizonte por la ventana. Confesó que le había dicho que quería volar. Siempre había deseado ser un pájaro, para poder huir de esa ciudad que mataba en ella todo rastro de su humanidad. Quería alzar el vuelo, como hiciera Dédalo con su hijo, otra historia que seguro que te gustará…
Michael, que había pasado más de un mes encerrado en su piso, le dijo en seguida que aquello era posible, y la animó a volar. Volarían juntos. No dudó un instante cuando se arrojó al vacío con la esperanza de que el amor por Karina lo llevara bien alto. Como el hijo del arquitecto, sus alas se quemaron. La realidad extinguió la vida de uno de esos seres maravillosos incapaces de soportar el peso de su sino…
¿Te ha gustado?
-Sí…no sabía que las cosas fueran tan diferentes hace tan poco.
-Más de lo que crees…lo que el hombre necesita siempre ha sido lo mismo, ser feliz, aunque esto en aquella época se prefiriera ignorar…
Había pasado ya una semana desde la última vez que hablé con Pau. Nos conocíamos desde hace 50 años y es mi esposa desde hace 45. Sin embargo nunca la había visto tan preocupada, tan deprimida. Recién salíamos de la rutinaria visita médica de todos los viernes de fin de mes, cuando perdió esa serenidad tan admirable que había sabido mantener durante de estos meses. Nunca fue un secreto que la enfermedad era incurable, pero consolados por vivir con una vitalidad inimaginable para nuestros abuelos, sentíamos que la muerte sería un adorno, una cereza roja coronando al más dulce de los amores.
Mas todo cambia cuando la fecha lejana y borrosa de nuestro fallecimiento se acomoda en la sala de nuestra casa, esperando pacientemente guiarnos hacia el aposento donde está nuestro lecho final. Había formas de retrasarlo, sólo un poco, pero mi Pau sabía que al final, más temprano que tarde dejaría de ser ella, pero sobre todo nosotros. Se me partía el alma cada vez que pensaba en que los amaneceres eran una cuenta atrás y que cada beso podría ser el último. Así que preferí agrupar mi amor y ayudarla a vivir plenamente todo lo que nos fuera posible.
Entendí sin muchas palabras que deseaba estar sola un tiempo, por lo que estos últimos días me limité a llamar un par de veces para saber cómo seguía. Mas en todas las ocasiones su móvil salía apagado, pero seguía enviándome cada 10 minutos su ubicación. Permanecía en la casa que había sido de sus padres, sola y a sus anchas, seguramente pensando en mil cosas. Ella también supo que en algún momento estuve por ahí, el mensaje geolocalizado que le dejé en el portal, se activó en cuanto lo atravesó y me dio un acuse de recibido.
Tal como he dicho, había pasado una semana desde nuestra última conversación y ese sábado, vestido con mi avatar, decidí pasear por calles de ciudades que nunca podrían ser reales, pero no por eso, para mí y para muchos que estábamos ahí, eran menos verosímiles. Vi a mi papá caminando con la representación virtual de mi madre, aunque ella ya ha fallecido, mi padre se ingenió una forma para que una versión algo torpe de su esposa, lo siguiera acompañando. Lo saludé y comenzó a contarme sobre su semana en el asilo, detalle por detalle, aunque siempre exagerando, al señor le gusta mentir, pero con el fin de sacar una risa. La conversación comenzaba a animarse justo cuando entró una llamada a mi móvil, lo respondí utilizando mi avatar, y vi que se trataba de Paula, me llamaba para vernos en un restaurante cerca de la puerta del Sol. Colgué y le comenté a mi papá que era mi esposa, y que tenía que volver a la realidad.
Abrí mis ojos y nuevamente estaba en nuestro cuarto. Salté de la cama hacia la ducha y luego escogí un bonito atuendo que había en el ropero. No sabía exactamente qué esperar, se rompería en llantos a penas me viera o sería peor. Era mejor no pensar mucho en el asunto porque podría volverme loco. Lo único que hice fue comprarle una ramo de flores, una tarjeta y dedicarle un poema medio hecho que le había escrito esa semana.
Cuando llegué al restaurante italiano que había elegido, ya estaba en su interior, vestida como si hoy fuera la noche más especial del mundo. Tenía meses de no ver esos labios pintados de un rojo tan provocador, y oler el perfume que despedía su pelo cada vez que lo acomodaba. Estaba de buen humor y la plática fluyó con una alegría que me hizo recordar nuestros primeros años. Y mientras la veía reírse y me hacía reír con sus ocurrencias, por un momento olvidamos lo que nos había distanciado.
Acabó el postre y se puso de pie. Dejó en la mesa su tarjeta de crédito y me susurró que deseaba verme en par de horas en la casa de sus padres, haríamos algo especial juntos. Se llevó mi vehículo y yo me quedé en un bar haciendo tiempo. A eso de las 11 entré a la casa sin necesidad de identificación, la puerta estaba programada para reconocerme. Me sentía bastante mareado por el licor y me senté en la sala hasta que sin saber de donde, apareció una imagen de cuerpo completo de Pau, un maniquí de luz, que con el suave deslizar de una sombra blanca, me llevó hasta el dormitorio principal.
Ahí fue cuando con mis ojos enturbiados por la bebida la vi, parecía haberse dormido por estarme esperando. Pero al acercarme a despertarla, noté que en su rígida mano derecha tenía un bote de pastillas para dormir. Grité como si un cuchillo me arrancara el alma del cuerpo. Me puse de pie y vi el vaso de vodka con el cual había deslizado por su garganta el medicamento, y lo lancé contra la imagen que me observaba desde el techo. Maldije como un loco y me tiré al suelo con el corazón completamente desecho. No sé cuantos minutos pasaron hasta que se me calmó un poco el llanto. Me había llegado la más inconsolable de las ideas. Tomé las pastillas y botella de vodka y tragué sus contenidos casi sin respirar. Lo que pasó después me es difícil de recordar, escuché voces, oí ruidos de máquinas, discos duros agitados por el software, pero no les di importancia, a mí solo me interesaba la muerte.
Sumergidos ahora en este nuevo mundo, con sus propias leyes y acertijos, la existencia es cada día más interesante. Y aunque sé que no es el verdadero Sol lo que se alza todas las mañanas, ni que riachuelo que pasa por detrás de nuestro jardín es real. Cuando la veo tomando un poco de agua, siendo un fantasma virtual que ciertamente no necesita hidratarse, el saber que podré mirarla, besarla y sentirla, ha vuelto a esa mujer inexistente, en una infinitamente más real.
“-¿Estás seguro?
-Sí.”
Con estas palabras como epitafio, la raza humana desapareció.
No es difícil comprobar cómo el destino del hombre estaba ya escrito mucho antes de su nacimiento: la información genética almacenada en el ADN le otorgaba una predisposición a la vida en sociedad, base para el desarrollo y la supervivencia de una especie.
El hecho de que miembros individuales se especializasen en pos de un bien común, supeditándolo al bien individual, suponía una mayor estabilidad para la especie, pero requería una gran capacidad de comunicación entre las distintas partes.
Con esta premisa, la sociedad humana fue avanzando, conquistando el mundo a su paso por la historia e hilando redes de comunicación en su avance inexorable por el tiempo y el espacio.
Finalmente, no existió ningún enemigo que estuviese a su la altura, convirtiéndose a sí mismo en su único oponente.
Una sociedad cada vez más globalizada aumentaba el riesgo de autodestruirse, como si el propio ente supiese que no debe continuar existiendo. Pero la suerte hacía milenios que ya estaba echada.
Numerosas guerras y enfermedades expusieron al hombre al borde de la extinción sin conseguirlo. Con cada intento, se fortalecía, y pronto llegó un momento en que la fuerza del hombre, extrapolada a la solidez de la estructura social, resultó simplemente indestructible.
Siguiendo con obstinada resolución la máxima “la unión hace la fuerza”, los ingenieros de la información, guiados por la mano invisible de la genética, buscaron medios para superar los impedimentos espaciales que suponía la comunicación a nivel global, llegando así tras numerosos avances técnicos y cambios generacionales, a desarrollar la primera versión de una red de comunicaciones basada en el uso compartido de la información, hospedada en un medio no físico, sino virtual, y con capacidad ilimitada de almacenamiento datos.
Con este gran avance cada individuo tenía la opción de elegir el campo en el que desarrollar su potencial, independientemente de los aspectos físicos o sociológicos que le fuesen impuestos, otorgando a las futuras generaciones la obligación de perfeccionar el universo virtual que tanto fortalecía a la especie en su conjunto.
Se sucedieron así numerosas transformaciones en la estructura de la red íntimamente ligadas a los avances en biotecnologías e implantes neuronales:
no se sabe cuál de las dos partes respondía a las necesidades de la otra, pero lo que sí se sabe es que el hombre, por primera vez en su historia, tenía los medios para evitar la muerte cerebral, y así eludir su final hasta un día cercano al fin del universo.
Mediante la combinación de las tecnologías de lectura neurosinápticas y los implantes cerebrales de conexión en red que servían de accesorio para el uso profesional de la cuarta versión de la red virtual global, el usuario podía extraer directamente su código electroneuronal y volcarlo en la red de información sin necesidad de utilizar los programas de lectura de datos que codificaban los pensamientos en algoritmos útiles para el manejo de los programas de navegación virtual;
En otras palabras, el hombre no solo había conseguido separar cuerpo y mente, sino que además, liberada de la prisión de la capacidad cerebral, la mente tenía acceso a cualquier tipo de información que pudiese desear, perfectamente ordenada y organizada, y con una velocidad de procesamiento seiscientas mil veces mayor que la velocidad de sinapsis interneuronal.
Cada usuario podía reestructurarla individualmente conforme a sus preferencias, estableciendo así con la información almacenada las mismas relaciones que establecería su cerebro con las experiencias adquiridas a lo largo de la vida.
Sobrevivir poco a poco fue perdiendo su significado, y el concepto de aprender se redujo hasta no ser más que una definición de un pasado obsoleto.
Apenas dos siglos después del primer W (volcado en virtual) el 90% de la población mundial se sumergía habitualmente en el océano de información, y prácticamente un 80% de las consciencias a punto de morir eran salvadas y liberadas posteriormente en el complejo maremágnum de datos.
Como era de esperar, surgieron innumerables grupos religiosos en defensa de la ley natural, acusando al W del encarcelamiento del alma tras la muerte y de ser más una condena que una liberación.
Como idea basada en el antagonismo de otra anterior, los devotos de estas religiones no podían, entre otras cosas, introducirse en el mundo virtual (“si no quieres que la gente caiga en la tentación, asegúrate de alejar la tentación de sus manos”), lo cual llevó a la ignorancia y la endogamia, y poco a poco sucumbieron a la voluntad oculta de la genética, quedando al final pequeños grupos de varios cientos de personas en el centro de latifundios inmensos que antes servían de sustrato para las grandes ciudades a las que servían su producción.
Al hombre le quedaba un suspiro, un último aliento con el que susurrar “me rindo” a la inmensidad del tiempo.
Cada mente superviviente al cuerpo se mezclaba progresivamente con la red, desapareciendo en un virtual elemento donde el tiempo carecía de valor, y donde la masividad de personas partícipes aumentaba la complejidad de las relaciones de información.
El último párrafo de la historia de la humanidad se escribiría en silencio, recogiendo curiosos “fallos” del imparcial universo, que nada tenían de casuales, y que nada podían ocultar para los conocedores de psicología: de la homogénea mezcla de conciencias surgió un ser vivo, en esencia pero no en definición, que asimiló poco a poco a cerca de cuarenta billones de usuarios, fundiéndose en un solo ser.
Fue así como la humanidad trascendió.
Toda la especie humana, aunada en una sola conciencia que obraba con todos los conocimientos adquiridos como cultura, y todos los recuerdos aplicados como experiencia. La esencia del hombre en todo su esplendor. Ni el tiempo ni la materia suponían ya más que necesidad de puntuales recambios.
Soy el último hombre, y este es mi legado.
“-Dejo el futuro en tus manos. Gracias por todo. Ahora, quiero desaparecer.
-¿Estás seguro? –Preguntó el altavoz.
-Sí. –Respondió esbozando una sonrisa.”
Y se hizo el silencio.
En la franja horaria comprendida entre las 15:00 y las 19:00 horas del huso UTC+1:00, a fecha 4 de Julio del año 1.000.000 d. C (acorde con el calendario romano impuesto en 1582), el hombre de la bola debía introducir más de 3000 líneas de código sin equivocarse en un solo cálculo. ¿Que coyuntura, verdad? y si además de esas sentencias dependiesen la supervivencia de más de 600 millones de almas. Bien es sabido que los cirujanos son bien precisos en sus cortes pero sospecho que cualquiera de ellos se acobardaría ante semejante deber. Pero no se alarmen, Miguel Ángel fue educado para ejercer de anfitrión de ceremonias en tal hazaña, la respiración de las bases de datos refrigerándose le era común y la luz de los Leds dando paso a las millones de señal procesadas en apenas dos segundos, firmes pinceladas que destilaban su precisión artística.
En el año 8.500.000 de la era moderna, un hombre de avanzada edad, con la ayuda de un instrumento de 300 años de antigüedad, descubrió una terrible verdad que hizo al mundo acelerar el ingenio universal para encontrar solución alguna. Sería muy triste recordar para nosotros lo que nos arrebato nuestra querido planeta, y muy grato destacar lo bello que fue la inventiva humana que tan rápidamente ideó una solución para atajar el problema. “Huir a otro planeta. Trasladar la población mundial”, carcajadas cubrieron el anfiteatro alemán en el cual un científico checo propuso esta solución. Genios ingleses y franceses, propusieron mentir al pueblo y salvar a unos pocos elegidos, pero esta muestra de egoísmo humano no prosperó debido principalmente al avance del tránsito masivo de la información que delató las intenciones de estas personas, con ello, esta idea se estancó en los albores del primitivismo moral. Señor Emanuel Kant pase y vea.
La solución vino 100 años después, cuando eran pocas las esperanzas albergadas en la supervivencia. Alguien cuyo nombre se ha perdido en los giros de la historia, propuso una locura que constituyó la salvación. Se ofreció como cobaya para comprobar su experimento, muy a nuestro pesar, murió en el intento. Sacrificio por salvación, así de determinista es nuestra existencia, gracias a su heroico suicidio se salvó a toda la humanidad. Con los avances tras esta experiencia, en 15 años no quedaban humanos sobre la superficie de la tierra. Todos ellos fueron transportados por decirlos de alguna manera. Más bien, evaporados. Sus pensamientos, sus físicos, sus miedos, lo superfluo y lo inteligible, el bien y el mal, sus ciudades…todo ello fue introducido en una base de datos gigante, irónicamente la información propiamente dicho eran los propios humanos. Me tomareis por loco por lo que oís pero os aseguro que todo ello es verídico. Un mundo de ceros y unos donde cada letra introducida cambiaría nuestro pensamiento por completo y todo ello introducido en una grandísima esfera controlada por alguien cuyas pinceladas debían ser tan sutiles que velara por el orden supremo para salvaguardar la especie erigida como suprema. Previamente a la “inmersión digital” (así fue llamado este proceso) nació Miguel Ángel, no conoció padre o madre alguno. Miguel Ángel, el primer humano autorizado a ser físicamente inmortal, el hombre estrella que introducido en la bola, fue lanzado al espacio con el objetivo de regir todo problema surgido entre bastidores. Los actores deberían continuar con su actuación.
La bola se acercaba a la constelación de Orión, a una velocidad ligeramente superior a la establecida. Miguel Ángel con su carácter previsor y constante se atormentaba ante aquel pequeño problema, minucia que en tantas ocasiones había solucionado, sin embargo sufría con la posibilidad de un mínimo fallo, o por lo menos, para eso había sido educado. Anoche habían muerto unos 4000 ciudadanos en todo el mundo. Se había establecido como fecha límite de vida los 500 años de edad, mucha gente al ver que esa edad estaba próxima optaba por suicidarse, eran pocos lo que decidían alcanzar este tope de edad. He aquí uno de los problemas que Miguel Ángel debería solucionar en los próximos años, no debería tocar las mentes de los ciudadanos, ya que esto constituiría una violación de una importante ley como programador. Él mismo sabía que no sería sancionado por ello, pero le generaría una desazón que podría desembocar incluso en el suicidio. No lo haría. Debía realizar una evasiva más perfecta, más humana. Barajaba la idea de ocultar la fecha límite de edad pero sería imposible ya que implicaría alterar el orden mental de los ciudadanos, otra posibilidad era impedir el suicidio físico de las personas .Pero realmente, ¿quien era él para decidir la vida de las personas? Si a cualquiera de los de ahí dentro les propusiesen tan compleja decisión seguramente no sabrían que posición adoptar. La cabeza le empezó a doler de tanto pensar en algo para lo que no estaba programado.
El visor interestelar había notificado minutos antes la distancia de 1 año luz de una gran supernova. A pesar de que la cámara era totalmente hermética y no tranparente, Miguel Ángel se las había ideado para agujerear ligeramente la superficie y acceder a un cristal externo a través del cual se observaba el exterior celeste. A esa distancia, observó el azul de la supernova. Así permaneció unos segundos. Si algo habían hecho mal aquellos que crearon a Miguel Ángel fue hacerlo precisamente humano. Canis Maior luchando encarnizadamente contra Tauro por su trono entre las estrellas. Se acercó al azul de la supernova llegando a niveles peligrosos para la bola, quería verla brillar. Tras unos minutos, se percató de su gran descuido, confiando en que dentro de poco encontraría alguna más grande, retrocedió unos metros. Inspirado a la par que avergonzado y arrepentido, continuó su viaje. La nave avanzó lentamente, quebrando el silencio del universo. Los motores volvieron a refrigerar todos los discos duros, 600 millones de personas respirando en el espacio, avanzando hacia el universo negro. Hacia un nuevo horizonte que parecía ser apuntado por la flecha de un omnipotente cazador celeste.
-¿Y qué pasa si cambiamos algo? -preguntó Simmons.
-Ya sabes que el futuro no se puede cambiar, porque en el momento que vamos se crea así. Es muy distinto que con el pasado -le respondió Atkins.
-Pero a lo que me refiero es que, si por ejemplo avanzamos X años, ¿qué pasaría si hiciésemos algo en X-1 años que influyese en X? ¡Para nosotros X-1 sería el pasado! –insistió.
-Crearía bucles, y por eso no vamos a puntos temporales ni espaciales cercanos a los que ya hemos ido...
-¿Y si hay algún error con el analizador de materia? ¿O con el re-creador?
-Sabes que funcionan perfectamente... Ni el A.M. ni el R.C. han fallado nunca. Está más que comprobado Simmons. Sabías a qué te enfrentabas. Sólo te necesito por tus conocimientos de tecnología y comunicaciones, no por cuestiones físicas-temporales. Además -dijo zanjando la discusión-, es un riesgo que hay que correr.
Sacó de su bolsillo lo que parecía ser una pequeña lámina de plástico, y al apretarla se iluminó, dando a ver su Digital Processor Mobile, o DPM.
-¿De dónde lo has sacado? -preguntó Simmons sobresaltado-. ¡Pero si uno de esos tiene la misma capacidad de procesamiento que toda la red mundial en el 2010!
-Cortesía del gobierno -dijo sin dar explicaciones, y añadió para cambiar de tema -: Esta vez avanzaremos tan solo diez años... al 2046... Londres... - dijo mientras introducía los datos en el DPM y lo sincronizaba con el sistema-. Permaneceremos 3 minutos, unas cuantas mediciones, comprobamos que todo va bien y volvemos. ¿Listo?
-Si... -contestó Simmons mientras se situaba en la “plataforma”, mirando la pantalla de láseres a su alrededor.
Atkins le dirigió una mirada y fue a decir algo, pero se calló. Hizo las últimas comprobaciones y se situó en el A.M. al lado de Simmons.
-Allá vamos -dijo mientras pulsaba “comenzar” en la pantalla.
Simmons parpadeó y al momento vio que estaban en un piso vacío. No sabía cuánto tiempo había pasado ni cómo habían llegado, tan solo que estaban allí. A su lado estaba Atkins, y debajo de ellos la “plataforma”. En realidad consistía en una pantalla plegable de plástico con un circuito integrado que funcionaba como GPS, con apenas micrómetros de error, para comunicarse directamente con el A.M. para la vuelta.
Estaba atardeciendo, y la luz entraba por las cristaleras a lo largo del salón. No había nada aparte de una mesa alta en una esquina con una silla encima. El techo relucía con los nano-leds integrados en la pintura, iluminando el cuarto a medida que oscurecía.
-¿Todo bien? -le preguntó Simmons, mientras exploraba a su alrededor.
-Sí –asintió Atkins-, estoy comprobando nuestra posición para mandarla al A.M. -pulsó un par de veces más y comenzó a dictar al DPM-: 17 de abril de 2046, hora 19:38. Londres, Cannon Street…
Simmons miró a su alrededor, asomándose por las cristaleras y viendo como había cambiado todo en tan solo diez años.
-¡Estos edificios tienen que tener como mínimo 80 plantas! ¡Y eso que estamos en pleno centro de Londres!
-Menos mal que no lo has visto en el 2053.... Uff, no funciona...-dijo, volviendo a repetir el mensaje-. Debe haber interferencias o alg...
-¡DISPERSOR AUDITIVO YA!
Todo se quedó en silencio, y la puerta de la entrada estalló. Antes de que pudieran hacer o decir nada, los dos cayeron al suelo, aturdidos por una alta frecuencia en sus oídos. Cinco policías irrumpieron por la puerta, apuntándoles con unas extrañas armas, rodeándolos y mirando alrededor.
-¿Qué cojones es esto? -dijo el que parecía ser el jefe.
-No sé, en el informe ponía.... –contestó otro.
-¡Ya sé lo que ponía en el informe!
-Pero Thomas...
-¡Cállate joder! ¡Tengo la misma idea que tú de todo esto! -dijo quitándose el casco y poniendo una mueca de desagrado al instante-. ¡Joder, apagad el dispersor!
Uno de ellos pulsó un botón y se apagó el pitido. Thomas se acercó a Atkins y a Simmons, observándolos detenidamente.
-¿De dónde habéis salido? -les preguntó-. ¡Esta casa estaba sellada! -exclamó fijándose en el DPM-. ¿Qué tiene ese en la mano? ¡Cógelo, David!
-¡Es un DPM señor! -dijo mientras se lo arrancaba de las manos- ¡Mi abuela tiene uno igual! -todos empezaron a reírse-. Es inofensivo –dijo, tirándoselo de vuelta.
-¿¡De dónde venís!? -gritó Thomas otra vez.
-Hemos viajado en el tiempo hasta aquí -respondió Simmons.
Thomas se le quedó mirando fijamente y empezó a reírse.
-¡Viajar en el tiempo dice! ¡Jajajaja, no había oído nada mejor en mi vida!-dijo dirigiéndose a los demás, poniéndose serio de repente -. Tienen que haber tomado Deicaína o algo peor. Craig, Tiff, Matt, registrar las habitaciones.
Mientras, David y Thomas comenzaron a registrar el salón. Atkins aprovechó para acercarse a Simmons.
-Eso significa que vamos a morir joder....si no saben que se puede viajar en el tiempo implica que nunca lo contaremos...-le susurró-...vamos a movernos poco a poco hasta la plataforma y activo el regreso...
Atkins pulsó varios accesos en el DPM, haciendo un ruido de confirmación. Thomas se giró, y los vio yendo a la plataforma.
-¡CORRE!- gritó Atkins mientras pulsaba el DPM.
-¡JODER, INTENTAN ESCAPAR! ¡AYUDA!
Se lanzó contra ellos para placarlos, pero todo se desvaneció mientras escuchó: “Mensaje enviado”.
Thomas abrió los ojos y se encontró con su arma delante de los ojos.
-¿Quiénes eráis y cómo habíais descubierto que estábamos ahí? -le preguntó Atkins.
-¿¡Dónde estamos!? -exclamó Thomas desconcertado mirando a todos lados.
-¡Contesta tú primero!
- Joder.... Éramos una fuerza de asalto... Fuimos porque recibimos un extraño mensaje pidiendo ayuda con esa dirección...
-¿¡Qué decía!?
-No lo sabíamos, pero ahora lo entiendo...
-¡Enséñamelo!
Thomas marcó unos cuantos accesos en la pantalla de su brazo y comenzó a decir una voz sintetizada: “Mensaje recibido el 17 de abril de 2046, hora 12:14. Pulse play para reproducir”.
-¡Dale! -gritó Atkins.
Thomas lo pulsó.
“17 de abril de 2046, hora 19:38. Londres, Cannon Street Nº31, piso 54, Nº4. Piiii. Deb..ab.r..inter..enc.as......."- un estallido y silencio-. “.......Corre...oder.....in.ent...scapar! ¡AYUDA!”